“De España y Montesol optaron por fotografiar el momento, por echar mano del costumbrismo previo a la movida (que en Barcelona tuvo su propia idiosincrasia), del realismo crudo encubierto por el trazo rompedor de Montesol”
A principios de los años ochenta, cuando las revistas de cómics
poblaban los quioscos y eran el medio natural en el que las historietas
llegaban a los lectores (parece que hablemos del medievo, y casi), tres
cabeceras nos ofrecieron lo más moderno del momento: la gamberra “El
Víbora”, la nunca bien entendida (y algo irregular) “Bésame Mucho” y la
exquisita y tan añorada “Cairo”. En estas dos últimas vieron la luz “La
noche de siempre” y “Fin de semana”, dos relatos obra del guionista
(también periodista, luego novelista, ensayista y cineasta) Ramón de
España y del dibujante Montesol (más tarde pintor) que sin tener
continuidad (aunque algunos personajes ejercían de secundarios en ambos y
el protagonista del primero tenía un cameo en el segundo) sí eran como
un díptico sobre la modernidad barcelonesa en el cambio de década.
Díptico ácido en el que De España volcaba ciertas dosis de amargura que
pueden parecer en una lectura superficial derivadas de la frivolidad del
instante histórico retratado pero que, en realidad, hablan de
comportamientos humanos alrededor de los veintitantos y que podrían ser
extrapolables a otras épocas (aunque con el retraso en la madurez
consustancial a las últimas décadas, tendríamos que trasladar las edades
de los protagonistas a los treinta y pico o, incluso, a los cuarenta y
pocos; y obviar las inquietudes artísticas, que hoy no parecen cotizar
demasiado al alza) y otras barras de bar: la chica que no encuentra su
vocación, el periodista cultural que fantasea con pergeñar una gran
novela, el locutor de rock que ya ha dado algunas vueltas y que se gana
la vida como buenamente puede, su compañera adicta a la heroína, el
esquivo profesor de instituto y sobrio literato, los hippies colgados en
tiempos pretéritos, la juguetona y ociosa chica de la burguesía
(¡¿todavía podemos hablar de burguesía?!), el eterno aspirante a
cinesta, los pintores modernos… Una fauna que arrastra frustraciones y
soledad y que, en el fondo, solo trata de compartirlas con otros
especímenes (preferentemente en pareja). Por supuesto que tanto
narración como ambientes y personajes son muy de los primeros ochenta y
de aquella Barcelona en la que todavía no había estallado la nociva
fiebre del diseño (estaba a la vuelta de la esquina), pero también es
como un gran fresco de esa España de la época que se quitaba las legañas
a golpe de esperanzas por salir de la mediocridad, aunque se viviera
plenamente inmerso en ella y sin ser muy consciente, como muy bien se
aprecia en estas obras.
Siempre he creído que estos dos álbumes, ahora reunidos por fin en un
solo volumen, son de lo mejor que dejó la historieta española en la
década de los ochenta: mientras que la mayor parte de dibujantes y/o
guionistas vanguardistas del momento se perdían en aventuras inspiradas
por lecturas infantiles y adolescentes puestas al día (legando a la
posteridad miles de hermosísimas viñetas en las que se olvidó lo más
importante: contar historias sólidas), De España y Montesol
optaron por fotografiar el momento, por echar mano del costumbrismo
previo a la movida (que en Barcelona tuvo su propia idiosincrasia), del
realismo crudo encubierto por ese trazo rompedor de Montesol,
que no era precisamente el más dotado o elegante dibujante de su
generación, pero que, precisamente por ello, con su pincel dinámico y
funcional, logró dotar de credibilidad a las ideas del agrio (siempre
con un leve deje humorístico e irónico) guionista. Más tarde, y antes de
abandonar el siempre sacrificado oficio de historietista, Montesol
incidiría, desde “Cairo”, con historietas propias con las que siguió
pulsando las teclas de la Barcelona trasnochadora: recogidas en los
álbumes “Vidas ejemplares” y “Opisso y Dora”.
Tres décadas más tarde, la lectura de “La noche de siempre / Fin de
semana” confirma la nebulosa impresión personal que uno guardaba: de lo
mejor del tebeo moderno de aquel periodo y de lo mejor de la historieta
española de todos los tiempos. Los aficionados a la música, además,
hallarán en sus páginas muchas canciones y algunas sutiles reflexiones
también muy del momento, y los curiosos reconocerán, en las barras de
los bares, a algunos personajes reales de aquel tiempo. Pese a la
desazón con la que se cierra cada uno de los relatos, lectura
imprescindible.
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario