Sí, amigos, ya hace treinta años que
se fundó el Salón del Comic de Barcelona, y las masas siguen acudiendo al
recinto ferial como quien se apresta a escuchar el Sermón de la Montaña. La
mayoría viene de paisano, pero cada vez hay más aficionados ansiosos de
convertirse, por unas horas, en sus personajes favoritos de ficción. El
viernes, nada más llegar, me encontré en la entrada a un señor de mi edad
disfrazado de tripulante de la nave interestelar Enterprise, echando un
cigarrito. Todo en él me enterneció: el esquijama que le tiraba de la sisa, los
pantalones de tergal, los zapatos negros, la cara de funcionario que se permite
un inocente delirio…Cuando sacó el phaser
del bolsillo, estuve a punto de postrarme a sus pies, pero resultó que solo
era un teléfono móvil.
Yo había venido a participar en
una mesa redonda sobre la gente que va y vuelve del mundo del tebeo, junto a mi
viejo compadre Montesol y con Vicent Sanchis de moderador. Si no llega a ser por
la presencia del juvenil profesor Josep Rom, aquello podría haberse titulado Mundo viejuno, francamente. Todos
hicimos lo posible por ser amenos –yo insistí en que, con respecto a los
tebeos, soy como el personaje de la canción de Almodóvar y McNamara: voy y vengo y por el camino me entretengo (con otras cosas)-, pero ahí no había
quien se hiciera oír. No sé quién ha tenido la brillante idea de colocar la
sala de actos en un lugar que obliga a hablar a gritos, pero se ha lucido. Los
micros resuenan que da gusto, el guirigay exterior es de aúpa, la megafonía
informa cada cinco minutos de que se ha perdido un niño (o un trekkie, que viene a ser lo mismo) y la
audiencia no ve la hora de abandonar esa sala de tortura auditiva. Propongo
rebautizarla como SALÓN GUANTÁNAMO. Personalmente, no recuerdo tal agresión a
mis tímpanos desde 1978, cuando fui conminado por el redactor jefe de Disco Exprés a cubrir un concierto de
Status Quo.
Pensé en preguntarle a Navarro
quién era el cerebro responsable de tan eficaz muestra de feng shui, pero no lo hice porque sabía la respuesta: el director
del Salón, Carles Santamaría. Más que nada porque este año se ha convertido en
la Némesis de mi viejo amigo, gracias al cual he descubierto que el señor
Santamaría –que a mí me parecía inofensivo- es en realidad un Genio del Mal,
una mezcla del doctor Fumanchú, el profesor Moriarty y Osama Bin Laden. ¡Espero
con ansia el texto de Navarro denunciando la participación de Santamaría –no
olvidemos su filiación comunista- en el asesinato de Kennedy! Bromas aparte,
detecté entre determinados sectores del oficio cierta contestación al amigo
Santamaría y a su gestión del (supuesto) Museo del Comic, a inaugurar en
Badalona en fecha no determinada del siglo XXI: esa perspectiva transversal
–tan del agrado del conseller
Mascarell- que incluye ilustración, videojuegos y cosas que no tienen nada que
ver con la historieta, no acaba de ser del agrado de los puristas. En cualquier
caso, siempre dispuesto a poner paz en cuestiones peliagudas, puedo decirles
que me fijé a fondo en el cogote de Santamaría y no vi grabado el número 666
(aunque igual Navarro me sale con que está oculto bajo el pelo).
Como este año me tocaba volver a
la historieta – La ola perfecta, con
dibujos de Sagar Forniés, sean tan amables de comprarlo, que tengo que pagar un
alquiler, y Sagar, una hipoteca-, recuperé el ritual de las firmas, tanto en el
Salón como en la FNAC. Comparado con lo que suelo firmar cuando publico algún
libro de esos que no llevan dibujicos, la cosa fue gloriosa. Vale, aparecieron
varios alumnos de Sagar de la JOSO, gente espabilada que sabe cómo hay que
tratar al maestro, pero también varios civiles cargados de buena intención.
Cómo me crucé en la FNAC con dos viejos socios, Keko (con el que hice El amor duele) y Tomeu Seguí (El sueño de México), aproveché para
recordarle a Sagar que ya se puede ir olvidando del premio del Salón del año
que viene, pues los dibujantes solo lo ganan en cuanto dejan de trabajar
conmigo (Keko y Tomeu se hicieron con el premio nada más librarse de mí). Puede
que mis guiones sean más malos que la tiña (posibilidad lesiva para mi
autoestima que me niego a contemplar) o que alguien me tenga manía (si además
el libro de turno lo edita Navarro, la imposibilidad del triunfo crece de
manera exponencial). Menos mal que Sagar une a sus muchas virtudes el
estoicismo y tanto le dan los premios. Eso sí, estoy empezando a dudar de su
estabilidad mental, pues no descarta que hagamos otro libro a medias.
A mi viejo compadre Tomeu le
pregunté por Pere Joan, uno de los tipos que más me ha hecho reír y pensar en
esta vida (no se pierdan su cuaderno de viajes por el río Paraná, toda una
joyita), e hice lo propio con Max. Ambos me dijeron que se había quedado en Mallorca,
preparando la exposición conmemorativa de los veinte años del nacimiento de
NOSOTROS SOMOS LOS MUERTOS, la última gran revista española de comics. Cada
número daba gloria verlo. Se hundió, claro, pues aquí nunca ha estado el patio
para delicatesen, pero, como su suele
decir, fue (muy) bueno mientras duró. Por cierto, me contó Max que ya tiene
casi a punto su peculiar adaptación de Las
tentaciones de San Antonio, de Gustave Flaubert, que promete lo suyo.
Me gustaría comentarles
algunas novedades de mérito, pero entre que últimamente estoy en modo
ahorrativo y que mis dos editores favoritos (después de Navarro, claro está),
Laureano de Astiberri y Jesús de Sinsentido, tienen siempre puesto en marcha el
detector de gorrones y no sirve de nada deambular por sus paradas en espera de obsequios,
pues solo recibes esas miradas que, parafraseando a P.G. Wodehouse, son capaces
de abrir una ostra a diez metros, me quedé sin pillar unos álbumes que me voy a
tener que acabar comprando (pienso, concretamente, en los de David Sánchez y el
de Tomeu con Gabi Beltrán).
No quisiera acabar esta crónica
sin citar la aparición de mi viejo amigo y cofundador de Cairo Ignacio Vidal-Folch, al que le vinieron muy bien los
videojuegos del recinto, para aparcar a sus sobrinos y venirse a conspirar un
rato a EDT (donde yo miraba con envidia al joven Aleix Saló, que no tiene
lectores, ¡sino militantes!). Este viernes compartiremos un power lunch con Navarro del que saldrán
proyectos rutilantes. Quedan ustedes avisados.
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